Durante años, cada vez que esa contagiosa versión en salsa de "La Puerta de Alcalá" llenaba un ambiente, mi oído de músico –alguien que ha compuesto, grabado e interpretado– juraba reconocer la voz: era Julio Iglesias. Con la seguridad del que conoce cada matiz vocal, mi certeza fue puesta a prueba precisamente hoy. Al buscar en Google el crédito del tema, obtuve una respuesta "equivocada"; la misma que me llevó, frustrado, a consultar a todas las IA disponibles. Y una tras otra, a mis 66 años, todas repetían el error: el artista era Carlos Nuño y La Grande de Madrid. Mi enojo crecía ante la supuesta incompetencia tecnológica, pues yo estaba convencido de que solo quería saber qué músico de la orquesta, quizás un percusionista de renombre o un trompetista estelar, acompañaba al divo español en ese sabroso desvío tropical.
La revelación de que el error era mío, y no de la vasta red de información y algoritmos que consulté, ha sido un golpe de humildad tan refrescante como inesperado. El propio Carlos Nuño, el talentoso artista detrás de la adaptación salsera, ha confirmado que el parecido vocal con Julio Iglesias es tal que la confusión es recurrente, incluso intencional en su famoso medley de éxitos del cantante de baladas. Al confrontar esta realidad, uno se da cuenta del formidable poder que tiene la mente humana para "fabricar" realidades y, peor aún, para defenderlas con la obstinación de una verdad irrefutable. Había escuchado lo que quería escuchar, proyectando mi propia certeza en los datos objetivos.
Este fenómeno nos lleva a una profunda reflexión sobre la filosofía y la psicología de la percepción: ¿cuántas de nuestras "verdades" son meramente constructos mentales reforzados por la repetición y la convicción personal? El cerebro, en su eficiencia, prefiere tomar atajos, emparejando una voz casi idéntica con el ícono ya conocido, e ignorando cualquier evidencia contradictoria. En mi caso, el escepticismo ante la información externa y la confianza en mi propio juicio crearon una disonancia cognitiva que duró hasta hoy, el día que buscaba la canción para incluirla en mi repertorio. Era más fácil creer en un error global de indexación —desde Google hasta la IA más sofisticada— que en mi propia equivocación auditiva.
Desde una perspectiva netamente musical, la versión de Carlos Nuño y La Grande de Madrid es un magistral ejercicio de adaptación, pasando del pop reflexivo a la efervescencia tropical sin perder la esencia narrativa. El arreglo es un derroche de metales que sustituyen la melancolía por el tumbao bailable, con un impecable trabajo en el piano y las congas que ancla la canción firmemente en el género salsa. La anécdota, sin embargo, nos deja la lección más valiosa: la humildad de Nuño al abrazar la comparación y convertir la similitud vocal en una carta de presentación elegante, en lugar de un motivo de conflicto.
Finalmente, te invito a ir más allá del asombro vocal. La trascendencia de esta canción radica en el monumento que le da nombre: la Puerta de Alcalá, erigida en Madrid a finales del siglo XVIII por encargo del rey Carlos III. Este arco triunfal neoclásico no es solo una bella estructura, sino un símbolo que, como se narra en la letra original de Ana Belén y Víctor Manuel, ha visto pasar toda la historia contemporánea de España, desde monarcas y revueltas hasta los movimientos culturales modernos. La canción se convierte así en un emotivo himno a la memoria de Madrid y España. Por ello, es imprescindible que escuches ahora mismo la versión de "La Puerta de Alcalá" por Carlos Nuño y La Grande de Madrid. Es un temazo de salsa magistralmente arreglado, que merece ser valorado por su propio mérito musical, y no solo por su capacidad de engañar a "conocedores" como pensaba yo. ¡Que lo disfrutes!: La Puerta de Alcalá
No hay comentarios:
Publicar un comentario