Prefacio
Si con una mano empuñas el valor de la humildad, y con la otra, la virtud de la templanza, y soportas el dolor de la lucha con la tentación, y la vences, habrás evitado la experiencia del placer fugaz, portador de la culpa lacerante. Y serás recompensado, inexorablemente, con la felicidad duradera.
Y mira que te habrás salvado de que te ataran al potro, porque, así como la vegetación necesita lluvia, así la culpa llama al ladrón de tus figuras impermanentes, fuera de tu control, para alimentar el vórtice vicioso de las caídas dolorosas.
Los griegos estigmatizaban la búsqueda vehemente del éxtasis efímero, mientras promovían la ponderación y el control de sí mismo para alcanzar la ‘eudaimonia’, o felicidad auténtica.
El budismo y el cristianismo también enseñan que los deleites temporales conducen a la culpa y la desdicha.
Ya en nuestros días, se ha demostrado que la serotonina, neurotransmisor asociado al bienestar y la estabilidad emocional, se ve favorecida por conductas virtuosas como la humildad y la templanza. Por el contrario, la dopamina, relacionada con la satisfacción inmediata y la recompensa, suele estar implicada en conductas adictivas y una búsqueda constante de estímulos externos. Al priorizar la serotonina sobre la dopamina, se promueve un estado de bienestar sustentable, requerido por la prosperidad para aterrizar y perpetuarse.
Y para que lo experimentes, te ofrezco, con humildad, este relato, en donde cada capítulo se denomina con el estado de ánimo que habrás de sentir cuando lo asimiles.
Nuestros amigos te guiarán a encontrar tu propio camino. Así que te invito a viajar a España conmigo: el punto de partida.
Allí, en el café “Soñado” de Madrid, Rusalka, Carmen y Juan Carlos se conocen. Y comparten sus vivencias: enfrentan desafíos, como todos nosotros, que forman parte de su desarrollo personal. Sus historias de superación no solo los hacen más fuertes, sino que también los conectan de manera más robusta entre sí. Luego conocen a Matilde, Arantxa y Roberto, con quiénes interactúan hasta alcanzar una ejemplar relación afectiva. Y así, los dos grupos, inicialmente distantes, se convierten en tres dúos de hermanos queridos.
La verdad es que Dios vende boletos, sin duda alguna.